26 Desarrollo territorial y minería márgenes económicos razonables, con el Àn de seguir operando de forma ordenada y responsable. Sin embargo, cuando alguien ve al conciudadano como un factor de riesgo, le está otorgando una carga negativa, un estigma. Si así identiÀcamos a la comunidad, si la hacemos sentir como un peligro, ¿cómo construimos una relación propositiva, colaborativa y sostenible? Visto desde el otro lado, esa aproximación justiÀca la visión de que “al saqueador minero hay que sacarle el máximo provecho mientras esté por aquí”. Ninguna de estas dos aproximaciones es constructiva, más bien gatillan una situación muy delicada: cuando las empresas se ven arrinconadas con paralizaciones y demandas, muchas veces sobredimensionadas durante las negociaciones. Una relación así resulta insostenible durante treinta o cuarenta años. Dicho esto, no resulta casual que muchas empresas se hayan presentado en esos territorios actuando a la defensiva, en vez de proponer un vínculo de integración y contribución para el desarrollo. Sin ir más lejos, cuando he preguntado al área de relaciones comunitarias de distintas empresas por su razón de ser o propósito, muchas veces he recibido respuestas como estas: “Estamos aquí para mitigar los riesgos y contener las sobreexpectativas de la comunidad, para que las operaciones de la empresa puedan avanzar sin complicaciones”. Otro error de origen tiene que ver con la deÀnición del territorio. El Estudio de Impacto Ambiental (EIA) deÀne como área de inÁuencia directa o indirecta las zonas donde existen riesgos socioambientales, pero no toma en cuenta las características de las distintas comunidades con el mismo detalle y rigurosidad. Necesitamos reÁexionar e incluir en el debate a las dinámicas culturales, los factores de identidad, el relacionamiento previo, la historia, la geografía, las potencialidades económicas y comerciales, la propia dinámica migratoria. Son esas variables, antes que los factores de riesgo o impacto, las que determinan
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