103 102 La Tierra y sus minerales Cuando el hombre llegó a la profundidad, llamó: “¡Dueño del oro, preséntate ante mí!”. Después de insistir, apareció un hombre pequeño, vestido de minero, cuyos ojos y dientes brillaban como el oro, iluminando todo el cerro de Algamarca. “No puedo darte ni a mi hijo ni a mi esposa”, dijo el señor. Luego, añadió: “Pídeme otra cosa, por favor, te lo suplico”. El hombrecillo respondió: “Entonces, me darás otras cosas que me agradan: chancaca, bizcochos, chicha y el caballo más hermoso de tu manada”. Finalmente, el señor aceptó y acordó entregar la ofrenda en tres días. Regresó con su familia y les contó el acuerdo al que había llegado con el dueño del oro. Al día siguiente, su esposa y él bajaron al valle de Condebamba para comprar la mejor chancaca del trapiche de don Vishe, bizcochos recién horneados, la chicha más madura, y escogieron al caballo más fuerte de su manada. Cuando regresaron al lugar para entregar la ofrenda, el hombrecillo se presentó, recibió las ofrendas con alegría y dijo: “Esto ha sido una prueba para medir el amor hacia tu familia. Han demostrado que, a pesar de su pobreza, la unión y el amor de su familia están primero. Por eso, desde hoy, tu familia puede llevarse todo el oro y deberá compartirlo con toda la comunidad. Nunca más pasarán hambre ni necesidades”. A partir de ese día, la comunidad de Moyán Alto fue bendecida. En señal de agradecimiento, cada primero de octubre entregan una ofrenda al pequeño hombrecillo, dueño del oro, que cambió sus vidas para siempre. La pavita de oro
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