Libro La Tierra y sus minerales | Segunda edición

111 110 La Tierra y sus minerales —Un día, escuché una discusión entre Platencio y Cobrencio —añadió don Jacinto—. Ambos afirmaban ser los mejores. Al día siguiente, se reunieron todos para aclarar la situación. Plumencio tomó la palabra y dijo: “Para evitar más discusiones sobre quién es el mejor, mi idea es que hagamos una carrera; quien gane, será el mejor”. —Todos quedaron pensativos y aceptaron el reto, poniéndome a mí como árbitro —agregó el abuelito—. Quedaron en reunirse al día siguiente, así que al amanecer, allí estaba yo con mi silbato, esperándolos. Todos llegaron puntuales. —La competencia comenzó, y todos corrían con normalidad, hasta que Cobrencio, ya cansado, hizo trampa a su amigo Platencio —comentó el abuelo—. Me di cuenta y paré la carrera, lo que provocó otra discusión. Como árbitro, les dije: “Creo que lo mejor será que cada mineral diga para qué es bueno”. —Todos se quedaron pensativos y dijeron que les parecía una buena idea —relató el poblador—. Orón comenzó: “Yo soy el mejor porque de mí se hacen joyas, entre otras cosas”. “Yo también”, dijo Platencio. De pronto, el Muqui reapareció en plena competencia, y todos quedamos asustados. Paralicé la carrera, pero por suerte, el Muqui se fue tranquilo y la competencia se reanudó con normalidad. “Yo también soy bueno”, repitió Platencio. Zincico no se quedó atrás y dijo: “A mí también me necesitan en la mecánica”. —Finalmente, llegamos a la conclusión de que todos eran útiles para la humanidad y contribuían al desarrollo de nuestro querido Asentamiento Humano Cerro Rico y de todo el Perú —dijo el anciano—. Acordamos que la extracción de los minerales debía realizarse con responsabilidad y protegiendo el medio ambiente. —Esa es la historia que deseaba contarte, mi estimado joven Jorge — concluyó don Jacinto. La historia del apu Tiquimbro

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