Libro La Tierra y sus minerales | Segunda edición

17 16 La Tierra y sus minerales —Señora, ¿usted vive por aquí? Necesito su ayuda; usted tiene exactamente lo que estoy buscando. ¿Qué puedo hacer para que me los entregue? La anciana, adivinando lo que el minero deseaba, lo puso a prueba y le dijo: —Claro, te los puedo entregar, pero antes debes probarme tres cosas. Primero, dime, ¿en realidad los necesitas? Segundo, ¿para qué los quieres? Tercero, ¿qué ganamos mis hijos y yo? El hombre, sorprendido, permaneció mudo por un largo rato y al fin le respondió: —Sí, los necesito para mantener a la familia que quiero tener. Y si me los da, cuidaré de sus hijos y de usted. A propósito, ¿cuántos hijos tiene? —Muchos, como las piedras del río —respondió la anciana—, pero ellos trabajan y no necesitan que les regalen nada; lo que sí quieren es que se les cuide. Por ejemplo, tengo dos hijas mayores: una es azul como el cielo y va por todas partes llevando vida; la otra es verde, muy verde. Si cuidas a mis hijos, yo, a cambio, te regalo mis tesoros. ¿Qué te parece si empezamos porque te cases con mi hija Pacha? Así, en poco tiempo, se casaron Pacha y el minero. La anciana estaba feliz porque tenía como yerno a un hombre que, antes, solo buscaba tesoros sin importarle nada más, pero que ahora había comprendido que se puede tener una familia feliz mientras se utilizan las riquezas de la Tierra con sabiduría. Por eso, cada día, el minero iba a las entrañas de la Tierra para extraer recursos, y con las ganancias él y su familia promovían la agricultura, sembraban alimentos y criaban animales. Así nacieron Tiqsillari y Qoripacha, quienes, junto con los demás hijos de la anciana, tenían todo lo que necesitaban. Todos juntos cuidaban de la comunidad y de las hijas mayores de la anciana. Un día, el minero recordó sus sueños sobre los diamantes y le pidió a la anciana que cumpliera su promesa. Ella abrió su gran boca y le mostró no solo diamantes, sino otras riquezas, y le dijo que recogiera todo lo que necesitaba. Entonces el minero comprendió que era la misma Pachamama quien lo había escogido para demostrar que el hombre puede vivir en armonía con la Tierra, usar sus riquezas para lo necesario y devolver con cuidados y amor lo que había recibido. Él sonrió y le dijo: —Pachamama, guárdalos para después. No solo soy yo; detrás de mí vienen mis nietos, bisnietos... Tú eres su seguro de vida, para cuando yo ya no esté. FIN. Pachamama

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