225 224 La Tierra y sus minerales Puno En las frías y extensas pampas de Ananea vivía un joven llamado Tinkuy, quien había crecido sin la compañía de sus padres. Su vida transcurría junto a sus cinco amigos, unas alpacas que le daban calor por las noches y lo acompañaban en sus recorridos y aventuras durante el día. Además de sus alpacas, Tinkuy cuidaba de siete ovejas que exhalaban un agradable aroma, mezcla de manzanilla y muña. Cada mañana, Tinkuy conversaba con su amigo, el Sol, que disfrutaba del olor de las ovejas mientras le contaba las maravillas que observaba desde su privilegiada posición. Tinkuy André Llanos Nina Colegio Adventista del Titicaca Tinkuy poseía una pequeña cantidad de plata, su posesión más preciada. Le encantaba limpiarla y sacarle brillo todas las tardes, mientras se despedía del Sol. Valoraba mucho ese brillo y pasaba sus días buscando más plata en el suelo y en los cerros. Un día, al verlo tan entusiasmado limpiando su plata, el Sol le habló de unas montañas no muy lejanas donde había piedras aún más brillantes que la plata, conocidas como oro. Esa noche, Tinkuy no pudo dormir pensando en cómo sería tener un poco de oro. Su deseo creció y creció, día tras día. Una mañana lluviosa, decidió ir en busca de esas montañas. Le preguntó al Sol por la dirección, y este le indicó el camino, advirtiéndole que era época de lluvias y que no podría acompañarlo si las nubes lo cubrían. Tinkuy caminó dos días junto a sus alpacas y ovejas, hasta que divisó una imponente montaña coronada con un manto blanco. Se llenó de entusiasmo y decidió subir, pero pronto se dio cuenta de que, para comenzar la ascensión, debía cruzar un río muy caudaloso. Al ver que sus amigas no podrían pasar Tinkuy
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