343 342 La Tierra y sus minerales Casi llegaba la noche del quinto día, y se encontraban agotados, sin fuerzas, a punto de rendirse. Tristes, decidieron acostarse junto a una roca. De repente, uno de ellos, que permanecía despierto, quedó impactado por lo que veía. En medio de esa noche, el cielo se tornó brillante, como un choque de estrellas fugaces que desprendían colores: verde, azul, rojo, anaranjado y blanco. Todo ese espectáculo se derramaba justo en el lugar donde descansaban. El hombre se levantó asustado y observó cómo el cerro Rumiorq’o tenía muchos puntos brillantes que se iban desvaneciendo en el interior de las piedras, rocas y pastos secos por la helada. Todo sucedió en un par de segundos, como si se tratara de un extraño sueño. —¡Despierten! ¡Despierten! —gritó el hombre. Los otros dos se levantaron sobresaltados, pensando que el puma los atacaba. Pero, de inmediato, el que había presenciado todo comenzó a narrar lo sucedido. Los hombres esperaron hasta el amanecer para poder explorar el lugar. Cuando lo hicieron, pudieron comprobar que, efectivamente, la arena y las rocas estaban removidas. Uno de ellos levantó una pequeña piedra y encontró una roca amarilla, brillante, que pesaba mucho. Así empezaron a levantar más rocas y encontraron más piedritas brillantes, cada una de diferente tamaño. Sorprendidos y, como no sabían qué eran esas piedritas, decidieron regresar al pueblo y contarle a todos lo sucedido. Reunidos en el pueblo, los tres hombres mostraron las piedritas brillantes, y todos quedaron asombrados. Luego, se dividieron en dos grupos. El primer grupo fue a la ciudad para investigar de qué tipo de piedra se trataba, y el segundo grupo regresó al cerro Rumiorq’o para recoger más piedritas brillantes. Después de un par de días, el primer grupo regresó y, emocionados, sus integrantes gritaron: “¡Es oro! ¡Amigos, somos ricos! ¡Vale muchísimo en la ciudad! ¡Por fin saldremos de la pobreza!”. Así fue como hicieron muchas cosas por el bienestar del pueblo, ayudando también a otros poblados. Tanto sufrimiento habían pasado estos pobladores, que gracias a esa noche sus vidas cambiaron para siempre. Ellos continuaron trabajando duro y en armonía para apoyar a más pueblos, siempre cuidando de ese lugar. Y mi querido Puno siguió creciendo. El cerro Rumiorq’o
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