Libro La Tierra y sus minerales | Segunda edición

49 48 La Tierra y sus minerales Con el tiempo, la gente del lugar llegó a quererla mucho, pues era una niña muy bondadosa. Cuidaba a las ancianas y a los niños, amaba a las plantas y a los animales. Nunca destruía los nidos de los pajaritos ni lastimaba a los pichoncitos; las hormigas y los escarabajos eran sus amigos, y se maravillaba al observar cómo trabajaban. Se comunicaba con ellos mediante sonidos que había aprendido de los animalitos. Un día, Qori llevó a sus ovejas a pastar a lo alto de la montaña. Mientras les daba agua en un puquial, escuchó una voz extraña: —Niña, tengo mucha sed. ¿Podrías darme un poco de agua? —le preguntó la voz. Qori volteó y vio a un niño aproximadamente de su edad. Recogió agua con las manos juntas y se la ofreció. Luego, le dio un poco de chuño sancochado y un pedazo de queso. El pequeño se despidió de ella y le dijo: —Eres una niña muy buena, por eso, en agradecimiento, te daré el oro que cuido allá en el cerro. Qori, asombrada, regresó a su casa y le contó a su abuelita lo que había sucedido. La abuelita le dijo: —¡Ay, Qoricha! Ese niño era el Muqui, el espíritu de las montañas. Como fuiste buena con él, seguro que nos dará su bendición. Con el tiempo, el Muqui se hizo amigo de Qori y la invitó a visitar una cueva donde había una gran cantidad de oro. —Esta es la veta de oro que falta explotar. Te la doy para que la explotes tú —le dijo el Muqui. —¡Gracias, muchas gracias! La explotaré cuando sea grande, pero no ahora —exclamó la niña. ¿Por qué Qori no extrajo de inmediato el oro? Porque era todavía muy pequeña, no tenía el conocimiento ni la fuerza para protegerlo. Si hubiera avisado a la Qori Ñahui y el progreso de su pueblo Wasiwayra

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